lunes, 28 de marzo de 2011

UNA TARDE CON LA REINA SOFIA

UNA TARDE CON LA REINA SOFIA
Corría el mes de febrero de 1990 cuando, ya bien entrada la noche, sonó el teléfono. Era el filósofo Juan Miguel Palacios quien llamaba. Me dijo en pocas palabras que la reina Doña Sofía deseaba celebrar en su despacho privado del Instituto de España, ubicado en la antigua Universidad de S. Bernardo de Madrid, un coloquio informativo con tres expertos en asuntos relacionados con Rumania. El motivo era la visita oficial en perspectiva del Primer Ministro de aquel país a Madrid, Petre Roman. Este hombre era hijo de padre rumano, llegado a España como miliciano comunista, y de madre española.
Como es sabido, el régimen comunista rumano fue derrocado en diciembre de 1989 e inmediatamente después Ion Iliescu se convirtió en Presidente de la República y nombró Primer Ministro a Petre Roman. El tema previsto para el coloquio informativo era sobre “El tiranicidio”. La fecha prevista para el encuentro era el día 1 de marzo y, consultada mi agenda, acepté la invitación pensando que era una buena oportunidad para hablar libre y confidencialmente de los diabólicos mecanismos políticos llevados a cabo por los regímenes comunistas europeos.
Uno de los invitados, el ilustre catedrático y analista político Dalmacio Negro, haría una exposición específica sobre el “tiranicidio” en general, y yo sobre la forma como se estructuraba la personalidad tiránica tomando como modelo concreto de referencia el caso de Nicolai Ceausescu en Rumania. Llegó el día 1 de marzo y todos llegamos puntuales al lugar de la cita menos el catedrático y Rector de la Universidad Complutense de Madrid, Gustavo Villapalos, el cual, a última hora, excusó su ausencia por razones ajenas a su voluntad.
Doña Sofía llegó puntual al despacho, saludó a los presentes y tomó asiento en la cabecera de la mesa. En el centro, frente a frente, nos habían situado a los dos ponentes. El resto de los presentes, no más de una docena de personas entre invitados y acompañantes de Doña Sofía, tomaron el resto de los asientos. El despacho era una pieza muy sencilla y funcional sin nada que llamara particularmente la atención. La reina, por su parte, estaba ataviada con gran sencillez y gusto estético como una señora más entre sus acompañantes y personal de servicio.
Primero habló mi colega haciendo una breve y sustantiva exposición académica sobre el tiranicidio y seguidamente tomé yo la palabra destacando aquellos aspectos de mis viajes de estudio a Rumania que pudieran resultar de mayor interés para Doña Sofía desde el punto de vista informativo y práctico, teniendo siempre presente la visita en perspectiva del mandatario rumano. En realidad lo que hice fue una descripción psicológica del forjamiento de la personalidad tiránica del líder comunista rumano Nicolai Ceausescu.
Terminadas nuestras respectivas exposiciones hicimos un descanso durante el cual nos sirvieron café, té y pastas. Los vasos eran de plástico de usar y tirar, y me llamó la atención el estilo de Doña Sofía alternando con todos nosotros de pie haciendo corro y con su vaso de plástico en la mano. Terminado el descanso tomamos de nuevo asiento para continuar el diálogo. La gente que acompañaba a la reina estaba ya preparada para lanzar preguntas a los ponentes como saetas intermitentes durante un asalto de muralla. Alguno de ellos me pareció algo exagerado y agresivo en su forma de preguntar y argumentar.
Durante el coloquio la reina intervino repetidas veces y me llamó la atención su forma espontánea y natural de manifestar sus dudas o dificultades para entender algunas cosas. Preguntaba espontáneamente impulsada por un deseo noble y apasionado de saber como una auténtica filósofa griega.
Terminado el animado coloquio llegó el momento de la despedida pero no sin sorpresa. La primera para mí fue la petición de que firmara un recibo de contabilidad al tiempo que me entregaban un sobre en pago por mi intervención. Dado el carácter confidencial y privado del encuentro ni siquiera me había pasado por la imaginación que mi presencia fuera a ser compensada económicamente.
La otra sorpresa final consistió en lo siguiente. Antes de despedirnos Doña Sofía y yo nos quedamos hablando solos y aprovechó la ocasión para preguntarme cariñosamente sobre la salud del P. José María Aguilar, O.P. El P. Aguilar había sido preceptor religioso del rey D. Juan Carlos durante su infancia y se encontraba ya por aquellas calendas en estado de salud muy precario. Doña Sofía me dijo que el rey lo tenía muy en cuenta y que, dado que por teléfono ya no se podía comunicar con él, su intención era hacerle una visita personal en casa. La cuestión era encontrar el momento oportuno dentro de la agenda del rey. Me pidió que informara de este deseo piadoso de D. Juan Carlos a la comunidad donde vivía el P. Aguilar para que no se sorprendieran si cualquier día aparecía por casa aprovechando alguna coyuntura favorable.
Yo agradecí su sentida preocupación por la salud del P. Aguilar y aproveché también la oportunidad para pedir a Doña Sofía que transmitiera a D. Juan Carlos un recuerdo de agradecimiento de parte de mi madre. Me explico. Mi madre me había contado que siendo ella niña el rey Don Alfonso XIII, abuelo de Don Juan Carlos, pasó por Venta del Obispo, Ávila, donde hizo escala para comer y descansar.
Mi madre conservó siempre entre sus recuerdos de infancia aquel gesto de Alfonso XIII teniéndola sentada sobre sus piernas y prodigándola cariños y me había pedido que, si alguna vez tenía ocasión de hablar con D. Juan Carlos, le recordara esta amorosa anécdota de su abuelo a su paso por Venta del Obispo.
Doña Sofía me escuchó con simpatía prometiendo que se haría portavoz de mi mensaje. Por otra parte, alguien me había informado de que la reina tenía mucho interés en registrar en su biblioteca personal algún libro de recuerdo, publicado por las personas a las que invitaba a su despacho privado. Yo la hice entrega de dos míos que me pareció podían serle de alguna utilidad. Para terminar este recuerdo tengo que confesar que la reina Doña Sofía me causó la impresión de ser una gran señora que necesita de estos momentos de privacidad para poder expresarse libremente como realmente es, y no como la obligan a ser por razón de su oficio. El encuentro duró casi tres horas (Niceto Blázquez, O.P).